Desde chica tengo un trauma con la comida. Me obligaban a comerme todo lo que estaba en el plato (platos gigantes con porciones para adultos). Muchas veces terminé llorando en la mesa, con el estómago a punto de explotar, intentando terminar la comida porque «hay niños que se mueren de hambre en el mundo, no seas mal agradecida». Y así la comida se volvió una «obligación». Con hambre o no el plato siempre debía quedar vacío.
Eso me llevó a tener una relación de amor y odio con la comida. Ahogar mis penas con chatarra y a tener pésimos hábitos alimenticios.
Cuando nació Max salieron a flote todos mis temores, incluyendo la comida. Me dije a mi misma que haría todo lo posible para que Max amara la comida y amara su cuerpo lo suficiente como para cuidarlo.
Max come poco, lo justo y necesario. Es lo que su cuerpo pide, lo que su estómago permite y lo que su paladar disfruta. Y mis años de sufrimiento con la comida me dicen que jamás lo obligue a comer, porque merece respeto, merece que lo escuche y que sepa que su voz es valida como la mía.
Quizás alguien lo encuentre «extremo», que hay cosas que debe comer, que tendré que obligarlo para que las coma.
Y si, comerá lo que necesita y lo que es bueno para él porque quiere, sin lagrimas y sin obligaciones, porque cuando hay amor y respeto las cosas salen mejor ❤