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!Lo que no me contaron en el curso psicoprofiláctico!

˂˂¡Mami, bye!˃˃ dijo el pequeño de 5 años disimulando el nerviosismo, y en ese momento sentí que una falla cardiaca me tomaría por sorpresa a mis 38 años.

Llevaba meses preparándolo para ese día tan importante, el primero de clases en el colegio “grande”. Habíamos hablado de lo diferente que sería la vida en el colegio de la que llevaba en el prekínder donde fue tan feliz. Le había dicho que el primer día de cualquier etapa nueva era algo confuso y que la inseguridad se escapaba por los poros, pero también le había insistido que esa sensación pasaría con los días y que con el tiempo disfrutaría de los nuevos amigos.

Ese día nos despertamos más temprano, yo había alistado su morral la noche anterior y las 7 libras de útiles escolares que llevaría al salón de clases. Durante el desayuno traté de hacer la última verificación sobre su estado de ánimo y él se confesó.

─Estoy un poco nervioso─ dijo con una tímida sonrisa mientras sus ojitos se asomaban por el marco de sus gafas grises.

─¡Todo va a estar bien mono! Vas a pasar “bomba”─ insistí.

─¡Además vas a montar por primera vez en el bus del colegio!─ le dije con una emoción como si le estuviera vendiendo un viaje a uno de los parques temáticos que tanto le gustan.

─Por eso mami. Estoy nervioso de montar en el bus─ respondió con algo de angustia en la mirada.

Le reiteré que todo iba a estar bien, que la profesora me llamaría si se presentaba un problema y en sus ojos vi que confiaba en mí. Al terminar el desayuno nos lavamos los dientes y juntos salimos a vivir los que serían mis peores segundos como mamá.

Llegamos a la parada del bus, el club house del conjunto, 15 minutos antes de la hora citada. Él permanecía en silencio y yo le daba unas últimas instrucciones. Al ver que otros niños se acercaban al punto de encuentro, él se bajó del carro para mirar a aquellos que ya conocían la dinámica. Un niño más grande se paró inmóvil cerca nuestro y mi hijo decidió hacerse detrás de él sin preguntar algo.

A lo lejos vi que el bus amarillo se aproximaba puntualmente y el corazón me empezó a latir con fuerza sin disimulo. Yo le consentía la cabeza al pequeño y le seguía diciendo que la iba a pasar de maravilla hasta que el vehículo se estacionó frente a nosotros.

El monito, como le digo de cariño, levantó la mirada y con la boca tapada con la máscara me dijo ˂˂!Mami, bye!˃˃ y después de un último beso se subió al bus con una seguridad como si hubiese montado en flota desde su nacimiento. Sentí que mi respiración empezaba a fallar y para no morir de un paro, no dejé que el bus arrancara hasta que el conductor me dijo su nombre y la hora a la traería de vuelta a mi pequeño. No lo dejé conducir hasta que verificó que el niño se había puesto el cinturón de seguridad y hasta que desde afuera vi en que fila estaba sentado . Me faltó tiempo para pedirle su número celular, el de su esposa, y el de un amigo por si acaso.

Cuando el hombre puso el pie en el acelerador sentí que el alma se me desprendía del cuerpo para salir corriendo detrás del famoso bus en el que le había dicho que la iba a pasar “bomba”. Miré a mi esposo con la angustia vestida de lágrimas y él estaba igual de pasmado que yo. ˂˂!Persigamos el bus!˃˃ le dije con el afán de alcanzarlo antes de perderlo de vista, y cuando lo tuvimos cerca, mi ritmo cardiaco se desaceleró un poco. Durante el trayecto le envié varios mensajes de texto a la profesora. En el primero le informaba que ya estaba en el bus, en el segundo que ya se estaba bajando, y el tercero que ya estaba dentro del colegio y que por favor me dijera cuando estuviera en el salón con ella. La amable mujer debió pensar que soy una mamá sobreprotectora o que definitivamente se me soltó una tuerca en la sala de parto.

Mis signos vitales se estabilizaron al ver, a lo lejos, que el pequeño había bajado del bus y que una profesora lo estaba esperando para llevarlo al salón de clases, pues debido a la pandemia ni él ni nosotros conocíamos las instalaciones del colegio. Regresé a mi casa más tranquila con el mensaje de texto de la maestra en el que me decía que ya lo tenía a su lado, y decidí pensar que el regreso sería igual de exitoso. Y así fue.

¿Por qué en el curso psicoprofiláctico no informan que el primer viaje en bus escolar es absolutamente aterrador para los padres? Uno llega a ese día sin ninguna preparación, el desconocimiento es abrumador y lo único que se siente es que el corazón se quiebra a pedacitos al ver que ese chiquito se aleja por primera vez sin la protección de alguno de los padres o de un ser de confianza. En ese curso deberían recomendar unas gotas de valeriana en el desayuno o envenenar el tinto con un aguardientico, porque la probabilidad de terminar en una sala de urgencias después de un episodio de estos ¡es alta!

A la siguiente mañana, después del desayuno, el mono gritó ˂˂¡Mami, apúrate que quiero ser el primero en la fila del bus!˃˃ y entonces entendí que la que debió prepararse por meses para pasarla “bomba” era yo.

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Un comentario

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    (ALEGRÍA). Puede que estés pasando por el infierno ahora, pero te digo que no durará
    para siempre, porque el Dr. Ogbo está aquí para ayudarnos a todos. Puedes chatear con él en
    su línea de WhatsApp al +2348057586216 o envíe un correo electrónico a:
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