Una actitud sensata de los padres es responder siempre de la misma forma ante los diferentes comportamientos de su hijo.
Cada ser humano tiene su propio ritmo de desarrollo; los niños nacen con una combinación única de características psíquicas y de comportamientos que se van desarrollando en su interacción con la familia, el medio y la cultura.
El comportamiento en los niños depende de su edad, personalidad y desarrollo físico y emocional. Un niño o niña de 10 a 12 meses está en la etapa de desarrollo psicosocial de confianza versus desconfianza; por lo tanto, busca siempre la respuesta de los adultos hacia sus necesidades o actividades.
En lo que respecta a desarrollo motor, se encuentra en la etapa de sostenerse de pie e iniciar la marcha, pero ya desde los nueve meses ha iniciado el desplazamiento a través del gateo. Esto le da cierta autonomía y le permite ir de un lugar a otro para explorar y descubrir cosas nuevas.
El comportamiento de un niño puede ser un problema si no cumple con las expectativas de la familia o si causa perturbación, su actividad exploratoria muchas veces puede ser considerada por los adultos como una hiperactividad o un acto de rebeldía hacia una orden sencilla.
Los niños tienden a continuar un comportamiento cuando éste es recompensado y a frenarlo cuando es ignorado. Tener siempre una sola reacción y actitud ante cierto comportamiento de tu niño es importante, puesto que recompensarlo y sancionarlo por el mismo proceder en ocasiones diferentes lo confunde y lo puede llevar a asumir actitudes difíciles.
Aunque en las etapas iniciales, las diferencias de género en los comportamientos son menos consistentes que en las edades más grandes, es importante saber que el comportamiento propio de cada niño o niña, así como su desarrollo, se van modificando según los cuidados que le den los adultos significativos o aquellos que acompañan su crecimiento.
Dar afecto, responder a las necesidades de tu niño o niña, en este caso el llanto, darle confianza para que haga las cosas solo y fortalecer las relaciones con vínculos seguros, ayudan a la adquisición de la autorregulación o autocontrol, indispensable para que adquiera su autonomía, sociabilidad y autoestima, que le acompañarán toda la vida.
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