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Del bien o del mal

—Mi amor ¿qué haces?— le dije con extrañeza a mi marido al ver que deambulaba por la sala de la casa con un parlante inalámbrico que su jefe le había regalado en horas de la tarde.

—Estoy jugando con la acústica— contestó con la misma sonrisa de un niño pequeño cuando está estrenando un juguete.

—¿Por qué no vienes más bien a jugar a arreglar el queso y la carne? — le dije con el tono de voz de una mujer exhausta después de un largo día de ser mamá y trabajar, que a las casi diez de la noche estaba organizando el mercado quincenal. No pude evitar la risa al ver los pucheros que hizo cuando dejó de subir y bajar el volumen.

El hombre pidió indicaciones e hizo la labor asignada.

Si, a veces dan ganas de ahorcarlos. Mi mamá siempre ha dicho que ¡No se les ocurre! La mayoría de ellos conservan ese niño interior que no ha perdido la capacidad de deslumbrarse con cualquier cosa y esperan a que se les de instrucciones sobre el paso a seguir para ponerse al día con los oficios básicos de la casa. En mi caso no hay señora que ayude porque donde vivo ese servicio es costoso.

¿Cuántos de ellos encuentran lo que necesitan cuando se les explica que está en el closet, en el segundo cajón de la derecha? ¡Muy pocos!

A pesar de lo distraídos, por no decir que la mayoría de las veces les importa poco o nada que la bolsa de la basura esté a reventar y no la sacan, debo reconocer que muchos de ellos compensan esos momentos de desespero que nos causan con un simple hecho: son buenos papás.

¿Y qué es lo que hacen para clasificar en el bando del bien o del mal?

¡El letrero de mal se gana con una facilidad! Son aquellos que escasamente les dieron el apellido porque para que contribuyeran con la manutención de los hijos después del divorcio recibieron una demanda de alimentos que tienen que pagar. Esos que se jactan de los triunfos de los descendientes en conversaciones ajenas o en redes sociales ficticias porque lo único que han aportado ha sido el espermatozoide, ni si quiera tiempo porque les “cuesta”. Salir a caminar con un niño y conversar mientras recorren varias cuadras de la mano no descuadra el flujo de caja, lo único que pierden es un par de calorías que quizá les sobran. Esos que están convencidos que hacen una excelente labor pasando un fin de semana al mes con los pequeños aunque les correspondan dos, igual si están pagando la cuota mensual están cumpliendo ¿no? O los otros que viven tan ocupados en su función de hacer dinero “para que nunca les falte nada” y jamás están presentes en una entrega de notas, pero son los primeros de la fila a la hora de llamarle la atención al pequeño estudiante que no pudo pasar el examen de matemáticas porque su mamá estaba ocupada con la que aún usa pañal y no pudo explicarle con detalle al mayor.

PAPÁ es una palabra con tremendo significado que sigo descubriendo a mis casi 37 años. He tenido uno maravilloso, uno increíble. Un PAPÁ que los primeros años de mi vida pasaba en el aire para dármelo todo, pero en sus días de descanso salía a caminar conmigo. Y aún lo hago. Un tipo que cuando dejó los viajes extensos al exterior, y sólo tenía vuelos nacionales, se levantaba a organizar la lonchera de cuatro niñitas y nos llevaba al paradero del bus escolar. Un protector que en las madrugadas pasaba por las habitaciones y nos ponía el dedo índice cerca de la nariz para verificar que estuviéramos respirando, inclusive cuando yo estudiaba en la universidad. Un señor que a los 55 años abandonó el país en busca de una mejor oportunidad laboral porque la pensión y el salario de ese momento no le alcanzaban para pagar dos universidades y dos colegios, pero a pesar de la distancia no hubo una sola noche en la que dejara de llamar para preguntarnos cómo había sido nuestro día. Un viejito divino que ahora tiene 73 años y que se ha vuelto un poco malhumorado pero que me trata como si tuviera 5 años, porque como me lo dijo hace poco “siempre seguirás siendo mi bebé”. Ese es mi viejo. El amigo que le sirvió un par de aguardientes a mi hermana mayor cuando se enteró que había perdido una materia de la universidad por segunda vez. El gestor de milagros que de rodillas lloró miles de noches pidiéndole al cielo para que una de mis hermanas pequeñas se curara de una enfermedad. Un padre que con amor nos secaba las lágrimas causadas por un amor adolescente y un temible suegro que sentaba a los novios en el sillón de la sala para decirles que sus hijas le habían constado muchos sacrificios para que un aparecido las hiciera llorar. Sacrificios… y muchos… de eso se trata ganarse el letrero del bien.

El mismo que hasta el momento lleva tatuado en la frente el papá de mi hijo y en este caso debo ser honesta y decir que no ha recibido ninguna instrucción de mi parte para obtenerlo. Tiempo, clave en el desarrollo de la personalidad de los pequeños y más si se trata de hijos varones. Para las niñas son su primer amor y conozco varios que se han ganado ese sentimiento a pulso y que por nada del mundo las decepcionaría para que a temprana edad tuvieran su primera “tuza”. Esos que en sus fines de semana otorgados por la ley las llevan a comer al restaurante favorito y les hacen trenzas mientras se enfría su comida. Mi esposo se ha convertido en el super héroe de mi chiquito y lo ha logrado porque su lema de todos los días es “El trabajo más importante empieza en horas de la tarde, cuando cruzamos la puerta de la casa”. El cansancio lo cuelga en la entrada y la diversión llega en forma de carreras de carritos, en clases de natación y de cocina, en respuestas a las inquietudes propias de los 4 años y en desarrollar habilidades tempranas como manejar un destornillador eléctrico o un taladro usando gafas de seguridad. Alguna vez uno de sus jefes le dijo que tenía que trabajar durante el fin de semana, a lo que él respondió que no podía porque él tenía una empresa en la que trabajaba sábados, domingos y festivos. El jefe sorprendido le preguntó sobre el nombre y actividad económica, a lo que el super héroe contestó: se llama MI FAMILIA.

Algunos son buenos padres porque tuvieron un buen ejemplo de pequeños, fortuna que no disfrutaron ni mi papá, ni mi marido. Mi abuelo paterno falleció cuando mi viejo tenía un año y el papá de mi esposo… es una historia que no estoy autorizada a escribir. La paternidad no se trata de réplicas comportamentales adquiridas, se trata amor y ganas de hacer una buena labor.

¡Feliz día a esos que se han ganado el letrero del bien! La conciencia va pesando con los años y ustedes llegaran livianos a viejos porque han hecho la tarea completa. Y a los que no… que pongan algo más de interés si es que el amor no les alcanza. La vida es una rueda y puede ser que más adelante necesiten de la mano de un hijo abandonado o desatendido para ir al baño.

¡FELIZ DÍA GORDO! ¡FELIZ DÍA PAPÁ DE MI HIJO!

PD: Mi amor hay que sacar la basura. Yo veré ¡como FLASH!

Papá nos vemos en la tarde para el partido ¡alitas y Sam Adams!

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