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El silencio de la cuna

“Los amigos se cuentan con los dedos de la mano”, palabras sabias que mi madre decía en mis veintes cuando le daba el título de amigo a cualquier aparecido. Y razón tenía.

Con el pasar de los años esa larga lista de invitados veinteañeros se reduce. Los de las fiestas de la época en las que el más pudiente llegaba con una inmensa caja de herramientas repleta de CD’S y prendía la rumba con un equipo de sonido (porque la música no la llevábamos en nuestros bolsillos de los jeans en ese tiempo), se desvanecen.

Un gran porcentaje de ellos desaparecen al terminar la universidad y otro tanto después de tener un hijo. A tres o cuatro nombres completos con apellidos y número de identificación personal, en algunos casos, queda reducida la nómina cuando estamos más cerca de los cuarenta.

¡Salen corriendo! Los que celebraron el paso de la frontera de los treinta en el mejor bar de la ciudad, a menos de que hayan tomado la delantera y tengan un retoño, se espantan con la noticia de un embarazo y dejan de llamar. Peor aún, no escriben mensajes de texto o como le dije entre risas a un ex amigo en medio de la calle mientras esperaba que cambiara el semáforo para atravesar la avenida “es que ya ni un Like me das”. Huyen y se mimetizan con el resto de la humanidad para que no nos pongamos en contacto con ellos.

La desconcertante actitud no les da el título de los peores amigos, para nada, simplemente dejamos de ser “chéveres” por el momento y las razones tienen peso. Simplemente se cansan y dejan de estar ahí para nosotros.

Durante el embarazo somos los primeros en abandonar las fiestas, reuniones o cualquier actividad social que exija esfuerzo físico por más de cuatro horas si es que vamos.

–¿Por dónde vienen?– preguntan los contemporáneos enérgicos al otro lado del teléfono dispuestos a reventar el hígado o los pies, o los dos al mismo tiempo.

–Vamos de vuelta para la casa. A Vale le dieron náuseas en el camino y se siente mal– contesta el futuro padre con las vísceras resignadas y a su lado va una mujer transparente que recuerda las oraciones de su infancia para que el camino sea corto y alcance a llegar al baño.

Se aburren, es todo. De las excusas anticipadas o de último minuto y de las retiradas repentinas antes del medio tiempo. Nos volvemos monotemáticos porque nuestro mundo empieza a girar alrededor de ecografías, exámenes médicos, «baby showers» y de ese nuevo miembro de la familia. ¡Y eso les harta! porque no lo están viviendo.

Los dos o tres que se aguantan el tema lo hacen con un esfuerzo… pero son los primeros en buscarnos cuando el turno es para ellos. Y aquellos que nos llevan la delantera se convierten en nuestros aliados, son la fuente de información más confiable para llegar con éxito a un feliz término.

Hace ocho meses me mudé de mi país, Colombia. Ahora vivo en Florida y los pocos amigos que me dejó la Maestría hace un par de años los he visto contadas veces. Vivo a una hora y algo más de distancia y las labores de madre me han dejado pocas ventanas de tiempo para verme con ellos. Ninguno tiene hijos, por lo tanto la mayoría de los planes son en pareja y aunque disfruto enormemente esas pocas horas de risas y recuerdos a su lado, me hacen falta mis amigos de plan con niños.

Con ellos las conversaciones son a medias, por que frases como “No hagas eso hijo”, “Comparte con tu amigo Mati”, “O dejan de pelear o nos vamos para la casa”, son expresiones que interrumpen una interesante conversación sobre la actualidad del país o de cualquier otro tema diferente a los hijos. El orador de turno sabe que probablemente dará una versión detallada de su discurso y un resumen al padre o madre al que le tocó levantarse para atender a su hijo.

–¡Ay me perdí!. Quedé en la parte en la que estabas contando que tu jefe te pidió el informe ¿y después que pasó? Es que casi no para de llorar porque Tomás le cambió la película– dice una madre a la que le tocó abandonar la tertulia en contra de su voluntad.

Y en ese momento otro personaje presente en la reunión cuenta el desenlace de la historia saltándose el nudo. Todos entienden que es esa la nueva dinámica, nadie se aburre o se desespera porque no pudo terminar de contar una historia. Todos somos conscientes que si a última hora una fiebre se adueña de alguno de los pequeños, el encuentro debe ser reprogramado. Hacemos un esfuerzo grande por ser elocuentes y pasar un gran momento.

Después de esa tarde o noche corta de amigos, llegamos a la casa con los pequeños adormecidos por el cansancio, nos metemos a la cama y antes de conciliar el sueño vemos en las redes sociales las fotos de esos amigos a los que no les ha llegado el turno en fiestas, viajes y escenarios que a veces causan melancolía. Y al mirar al lado, el silencio de la cuna nos recuerda que ese pequeño ser tuvo una tarde maravillosa con otros niños y esa sensación de felicidad recompensa la usencia en cualquier parranda.

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