La maternidad es maravillosa… si claro. Es decir, lo es, tiene mil cosas hermosas, traes una vida al mundo… pero no todo es color de rosas. Falta el tiempo y de a poco empiezas a perderte dentro de tu nuevo rol como madre. Los días llenos de café y risas con amigas se llenan de pañales y leche. Tu pelo, tu piel y tu ropa quedan en al final de la lista de quehaceres, porque tienes delante de ti una vida que debes comenzar a comprender.
Empiezan los cuestionamientos, el «que dirán», el «una mamá no usaría esto». Y empiezas a dejar de lado lo que te hacía tú. Se te van las amigas y la comida caliente es un lujo que ya no figura en tu vida.
Al principio eres optimista, te esfuerzas y sientes que lo logras, pero pasa el tiempo y la rutina te agota mas que las tareas del hogar. Y extrañas la vida que tenías. Te sientes mala madre por extrañar lo que eras, en vez de disfrutar lo que tienes. Pero sentirse así está lejos de ser algo malo, porque demuestra tu lado mas humano, sale todo aquello que ocultamos por miedo, lo que solo te dices a ti mientras lloras agotada en la ducha. Y es ahí cuando puedes realmente cambiar las cosas.
Lo importante es tomar eso y lograr un cambio. ¿Es difícil? Demasiado, porque el tiempo es poco y la presión es mucha. Pero amate y cuídate. No pierdas tu esencia, lo que te hace tú, lo que te llena el alma. Persigue tus sueños, ten confianza y amor propio. Enseñale a tu bebé desde siempre que nada ni nadie te pueden frenar, que eres una mujer imparable y la maternidad solo te dio mas razones para luchar ❤