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!Santa NO se equivoca!

Soy madre de un niño que cumple cuatro años el próximo mes de abril. Un ser humano que me cambió la vida, la rutina y hasta la manera de respirar. Quizá como la mayoría de las madres que leen este blog, intento crearle un mundo lleno de magia y de amor. Un cuento inventado antes de dormir, concesiones a la hora de comer que cuando yo era pequeña no tuve, canciones que lo hagan vibrar y paciencia en cantidades industriales para criar.

Me gusta la fantasía en la infancia, la emoción que al escaparse de su mirada atraviesa los lentes de su gafas azules. Me encanta la idea de convencerlo y verlo contar los días para que un ser vestido de rojo y de barba blanca le deje un regalo deseado. Así que fiel a mis convicciones, hicimos la tarea juntos y escribimos la carta más importante.

“Querido Santa: como bien sabes, me he portado muy bien este año. Y me gustaría para navidad un dinosaurio con control remoto”

Corta y directa.

Días antes de noche buena habíamos ido a una tienda en la que él había visto un dinosaurio futurista de medio metro con la tecnología deseada. Al verlo manifestó el deseo de tenerlo en la colección de los animales prehistóricos que ya alcanza veinticinco ejemplares, por eso su carta fue tan específica. “Ése es el regalo” pensamos al unísono con mi marido. Como el pequeño estaba presente no realizamos la compra ese día y la acción se quedó en el listado de pendientes por hacer.

–Hay que ir a comprarle el regalo al enano– le dije a mi esposo, y con la organización financiera que lo caracteriza me hizo saber que lo haría una vez llegara el pago quincenal. Días después, y con el dinero disponible en el banco, el comprometido padre fue hasta el almacén y el juguete ya no estaba disponible ni siquiera para comprarlo por internet.

–Habrá que buscarle otro porque por Amazon está tres veces más caro y seguro no llega para la fecha- dijo el ingeniero.

Duramos tres días buscando en este pueblo “floridiano”. Agotamos las posibilidades y finalmente en una tienda carente de renombre encontré algo que se parecía a la solicitud explícita del pequeño.

Un dragón gris con amarillo, más pequeño que el que tenía en mente, con control remoto y un par de alas diminutas. Una de esas nuevas mascotas que se pueden entrenar a punta de botones y diseñada seguramente por un japonés. “!Este es!” pensé convencida de la elección que había echo para él.

Dejamos las tres galletas con chips de chocolate y el vaso del leche que el señor del trineo se toma. Con los primeros rayos de sol el chiquitín despertó, encontró las moronas y una enorme caja con una tarjeta a su nombre.

Con sus pequeñas manos arrancó la envoltura a gran velocidad, pidió ayuda para abrir la caja y entre un montón de papeles de seda de varios colores encontró el dragón.

Lo sacó y de su cara se fue borrando de a poquito la sonrisa.

–¿Qué es esto? – preguntó desconcertado.

–¡Uy Fede! ¡Es un dragón!– con énfasis en la voz le dijimos a sabiendas que no le convencía del todo por la expresión en su rostro.

–¡Mira tiene control remoto! ¡Y es un guardián! ¡Saluda, ronca, te persigue, mueve las alas, la boca! – le explicamos como un par de culebreros tratando de convencerlo de que Santa le había traído algo mejor por ser un niño muy bueno.

Por varios minutos estuvo en silencio, trató de encontrarle la gracia al muñeco pero ante la decepción prefirió ir a ver una película. No estaba triste, pero nosotros queríamos morir en el intento porque no logramos despertar en él el sentimiento deseado. No estaba feliz.

Al rato apareció en la sala de la casa, miró el juguete de nuevo y nos dijo: “yo creo que Santa se equivocó. Él no me entendió, ¿verdad?”

Palabras que terminaron taladrar nuestro cerebro e inundarlo de culpa.

¬–Toca conseguirle un dinosaurio, el que sea. No se en donde pero hay que conseguirlo. No podemos dejar que se quede así– le comenté a mi marido.

Era 25 de diciembre y con suerte encontramos las estaciones de gasolina abiertas. Todo estaba cerrado. Nos acostamos con el tiranosaurio acechándonos los sueños y con las ganas de solucionar el sin sabor generado.

Al día siguiente tuvimos éxito, no venía con control remoto, pero era grande y hacía ruido. Pusimos el plan B en marcha.

Al llegar de las clases de campamento de invierno, mi marido le dijo – Mono, ayúdame a sacar la caja del regalo de Santa a la basura, pásame primero los papeles de colores–

Obedientemente el pequeño empezó a desocuparla cuando pegó un grito –¿Qué es esto? ¡Papá, mamá, mira! – expresó.

Con la sonrisa de oreja a oreja y la emoción más allá de los lentes sacó el T-Rex y lo llevó hasta la cocina para mostrárnoslo.

–¿Cómo así? ¿Hijo tu no revisaste bien esa caja ayer? – le dijimos aguantándonos la risa.
–¡No, no había revisado bien! – respondió con la felicidad anhelada.

La tranquilidad nos volvió al alma, el deber de padres estaba cumplido. Teníamos un hijo feliz con su regalo deseado. No le importó que no tuviera control remoto, ni que fuera distinto al que había visto. ¡Era un dinosaurio!.

Mientras lo hacía sonar y descubría como se movía mecánicamente exclamó con emoción: ¡NO SE EQUIVOCÓ MAMÁ! ¿SI VES? ¡SANTA NO SE EQUIVOCA!. Y un par de inevitables carcajadas adultas acompañaron el rugir del “lagarto tirano”.

Enseñanza: si no tienen dinero en el banco, ¡rayen la tarjeta de crédito! Los mecanismos de pago pueden cambiar el color de la magia de un niño.

¡Feliz 2019!

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